poemas hacia la naturaleza
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Este equívoco en la interpretación de la filosofía de Epicuro fue sin duda causa ocasional del descrédito que adquirió entre los que no la conocían bien. Lucrecio la sabía, y expuso en su poema con todo el vigor y toda la osadía de un romano, en época en que las perturbaciones sociales y políticas dejaban charlar con completa franqueza, la doctrina de Epicuro. A lo destacado, en el futuro, conseguíamos que este mundo acabara siendo un tanto mejor y mucho más justo. En una temporada en la que se enseñaba (y se sigue enseñando) que la Tierra está al servicio del humano, Gloria Fuertes lanzaba un grito a favor de «los que no tienen voz», gracias Gloria. Se desconoce la razón por la cual Emily Dickinson se negó a compartir sus creaciones en vida.
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En sus poemas y cartas hay referencias a otra historia cuyo final trágico atormentó a la autora. Unos apuntan a que la persona a la que van liderados los poemas fue un joven a quien sus progenitores le prohibieron continuar observando. Otros creen que la poeta se enamoró de un pastor protestante casado que huyó de Amherst para eludir que se diese el romance. Cuanto más temían a la desaparición, tras la que nada grato esperaban, mayor era su anhelo por los placeres de la vida. Sin llevar a cabo esta distinción esencial; sin advertir la inmensa diferencia que hay entre la vida futura, según la ética cristiana y la del paganismo, no se comprenderán bien los argumentos de Lucrecio contra una supervivencia sin justicia, que tan funestas pasiones engendraba en esta vida. Añádase a esto lo poco que los romanos atendían a la religión durante el agitadísimo período de las guerras civiles, cuando Lucrecio escribía su poema, y en rigor, siendo los dioses tan indiferentes a los males de la patria, motivo tenía el pueblo de Roma para cuidarse de ellos lo menos viable, y razón había para que la incredulidad creciese. La protesta contra los dioses en los infortunios públicos y privados era tan frecuente en la antigüedad, que se lee hasta en las obras de los escritores menos impíos.
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Objeto primordial de sus enérgicos ataques son la ambición, el cariño mundano y las creencias religiosas. Los desastres de la temporada en que vivió le aleccionaban bien para condenar la ambición, cuyos horribles estragos a la visión tenía. La pintura que hace de los riesgos y daños del amor quizás la inspiren sus desengaños; quién sabe si la novedad del filtro dado por la mujer celosa, de que antes hablamos, fue errada explicación de alguna otra catástrofe que el amor ocasionó a Lucrecio. Sus invectivas contra esta pasión no son propias de un acólito del apacible Epicuro, que recomienda dulcemente escapar del amor para evitar peligros a la calma del espíritu, sino de quien sufrió acerbas penas y está lastimosamente arrepentido. Fidelísimo sectario de la filosofía de Epicuro, puso sin duda en práctica uno de los preceptos de ésta, el de esconder nuestra vida a la vista de los contemporáneos y al estudio de la posteridad. A mi luna de otoño es un poema de amor de 18 versos que versa sobre «una luna de otoño» desconsolada pues se fue su amor el verano.
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Va a poder asegurarse que este poder ocioso es perfectamente inútil, pero no peor que la falange de dioses del paganismo con intervención perpetua y caprichosa en los actos humanos. Ciertamente el materialismo de Lucrecio es opuesto a todos los cultos; pero sus asaltos son contra el paganismo y no contra las doctrinas espiritualistas, que ignoraba. Pone un fallo frente a otro error, un materialismo científico en frente de un materialismo religioso, y si en sus declaraciones no podían seguirle los doctores del cristianismo, de sus argumentos contra la religión pagana más de una vez se valieron.
Admite y proclama, como su profesor Epicuro, divinidades; pero colocándolas tan alejadas de este planeta y tan ajenas a lo que en él pasa, que no exigen ni adoración ni santuarios. Lucrecio, como Epicuro, niegan la presencia de las divinidades con pasiones humanas del paganismo; pero no la providencia de Sócrates, ni la de los estoicos, ni que haya una potestad divina única y universal, sino esta se encuentre fraccionada entre distintos dioses que, ejercitando un poder ruin, injusto y antojadizo, atormentan a la raza humana. Bien se ve que no es la física de Demócrito, tomada por Epicuro como arma de combate contra la perjudicial influencia de la religión pagana en las costumbres públicas y privadas, sino la victoria contra esta influencia, el triunfo de ideas y sentimientos irreligiosos lo que a juicio de Lucrecio iguala a los hombres con los dioses.
La teoría atómica, tan parecida a la moderna teoría molecular, fue, como ya hemos dicho, un colosal adelanto para la física. Acepta la existencia del vacío, porque sin él la incesante movilidad de los átomos sería irrealizable, y llama la atención la precisión con que Lucrecio explica algunas leyes naturales, como la de que en el vacío no influye la pesantez de los cuerpos, y pesados y ligeros caen con igual celeridad, o al charlar de las tempestades, la diferente velocidad con que llega a nosotros la luz y el sonido. Ni Lucrecio ataca las ideas espiritualistas de Platón, de las que prescinde, ni las opiniones del vulgo, de largo hace un tiempo desacreditadas. Sus razonamientos van liderados a la masa social que ni alcanza las sublimidades de la filosofía, ni cree en las supercherías vulgares; pero que no ha substituido, con otras creencias las perdidas, y dudosa y también insegura, asiste como cobijo, en las tribulaciones de la vida, a una religión que no satisface su sentimiento ni su conciencia. Para tranquilizar estos espíritus vacilantes y, en bien suyo, según asegura, expone Lucrecio los argumentos contra el miedo a la muerte y contra la vida futura.
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Comprendí que frente al paisaje toda ciudad es basura que ensucia y pudre a la Naturaleza. En mi pueblo todo se hacía a mano: los muebles y la comida, el vino y la justicia, los poemas, las casas y los suicidios. pic.twitter.com/VIjyapJWzI
— Dejate Querer Vinaros (@SinMs14) December 4, 2017
Descendiente de entre las familias mucho más consagrados, hijo y sobrino de insignes oradores y orador él mismo, desde muy joven intervino en los negocios públicos. Nombrado para gobernar la Bitynia, llevó con él al gramático Nicias y al poeta Catulo, siguiendo la práctica de los personajes políticos de entonces, para todos los que era al unísono útil y honroso contar entre sus allegados escritores de popularidad. Defendiose enérgicamente, prodigando las alusiones a las poco edificantes costumbres de su contrincante. Acusador a su vez en no escasas ocasiones, deseó impedir el honor del triunfo a Lúculo, el vencedor de Mitrídates. Fue cuestor y pretor, y llegó hasta esperar la dignidad de cónsul en lucha con otros tres aspirantes.
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- Domina en todo el poema La Naturaleza un sentimiento de tristeza que nace de la índole de la filosofía epicúrea.